CIUDAD DE MÉXICO.- Se dicen cosas malas de Ricardo Arjona, adjetivos hirientes, juicios que no reflejan en absoluto la verdadera relación entre él y cada una de las personas que pagan, como tradición, un boleto cada que le pega la gana volver a la urbe en la que vivió apenas con unos pesos y su guitarra.
Desde el pasaje que atravesé hace muchos años, siempre que me voy me quedo con la enfermedad de volver, y estar de vuelta es indicio que de que estamos vivos para soportar cosas que pasan afuera, y la demencia de esperar a una telefonista que tiene que atender a 150 personas anhelando un boleto para ver una presentación”, dijo el chapín.
Vaya presentación de su Circo Soledad en el Auditorio Nacional, palabras que por mucho dejaron rezagada la introducción con las letras de Ella, Señorita y El problema.
Siguieron más historias dentro de la carpa. Las mismas de siempre, pero hay chicas muy jóvenes que ignoraban que un taxista lo llevó a un hotel de Insurgentes Norte, sus paseos por Zona Rosa y las veces que recibió trompazos por atrevido con las mexicanas.
Su verborrea es su mejor arma claramente, al menos con las mujeres que mueren por él. Y si antes lo molían por atrevido y cantarles una letra cero convencional como Desnuda, ahora esa misma composición las seduce.
Ricardo sólo tenía que salir de una caja ilusionista, tocar la guitarra y pasearse para tener a todos contentos.
También andaba de muy buen humor y se cotorreó a la gente que no dejaba de grabar con el celular. Incómodos resultaron sus pensamientos porque luz por luz se fue apagando, dejaron atrás la tecnología para regresar a lo básico: ayudar al centroamericano a cantar, como en la vieja escuela, Sin ti sin mí.
Guitarras españolas aparecían con sus nostálgicas cuerdas, evocando historias del abuelo de Arjona. Sus músicos ocupaban lugares en la boletería, sobre los triciclos, al centro de la arena y el tiro al blanco.
Al fondo, una cantina que daba más sed con sus botellas virtuales que escenografía. Pero, había que provocar el antojo, la tentación y el vicio para echarse la mexicanota Porque puedo, y, sin más preámbulos, el telón se abrió para Historia de taxi, con un arreglo salsero como para sacudirse la butaca.
Y, bueno, para rematar, el guatemalteco se trepó a un bicitaxi de chafirete, donjuán, con una linda corista que tuvo un paseo gratuito por el Coloso de Reforma, abordo de un vehículo adornado con globos, girasoles y lona como si fuera vehículo municipal.
Toda su carrera, al menos gran parte, cupo dentro del circo con Cuándo, Dime que no y Señora de las cuatro décadas que canta a una señora que más tardó en bajar del segundo piso que lo que estuvo sentada en una de sus piernas de Ricardo, sin importar que el marido la estuviera viendo.
